Reencuentro
Estaba muy asustada, aquel lugar era muy extraño, no reconocía nada en
aquel ambiente que me impedía moverme libremente.
Quizás deba contaros cómo llegué hasta allí, quizás deba ir hasta el
momento de mi nacimiento o quizás mejor, un poco antes, justo en el instante en
que me vi abocada a tomar una decisión que sin duda haría de mí quien ahora soy
y se encuentra pasando esta terrible experiencia.
De la nada amniótica y de la placidez del no ser me sentí empujada
literalmente a otro espacio que me provocó unas sensaciones nunca antes
vividas. Desasosiego, incertidumbre, un malestar que nunca antes viví. Recuerdo
una luz que me cegó y cuando me recuperé me encontré ante dos especies de
túneles que me parecieron iguales. No había nada detrás de mí, solo una
oscuridad inmensa. Debía tomar una decisión, la negrura parecía querer
engullirme y eso no me apetecía lo más mínimo. Me acerqué a aquellos espacios
que se abrían ante mí y en los cuales no se atisbaba ningún fondo. El orificio
del túnel de la derecha, idéntico al otro, no me produjo impresión alguna.
Cuando me acerqué al de la izquierda, sentí frescor y me embriagó un aroma delicioso.
Estaba claro por dónde tiraría. Entré y a medida que avanzaba por el túnel el
bienestar me invadía y cada vez estaba más relajada, aquello debía ser algo
bueno o ¿tal vez me equivocaba?
No os preocupéis, no me equivoqué y fui viviendo una vida plena, pero,
había algo, no sabría explicaros, que me aturdía, me inquietaba, era una
necesidad imperiosa de viajar, de dejar el nido, mi hogar. Todos lo que me
querían me desaconsejaban tal idea, pero yo sabía que tenía que hacer algo en
otro lugar que era importante porque si no ¿por qué había perdido el sueño?, ¿por
qué presentía con tanta urgencia que debía marchar?
A pesar del dolor de la despedida emprendí el vuelo. Mi hatillo iba vacío,
no quería pesos que me impidieran avanzar. Me sentía triste por lo dejado atrás
pero no tenía duda de que había algo que debía hacer, que ese viaje tenía un
propósito, pero, ¿hacia dónde dirigirme? Simplemente me dejé llevar, dejé que
los vientos me guiaran.
Llevaba tiempo en marcha, me acercaba a una ciudad, ¿cómo podían vivir
allí? Aquello era espeluznante, ¡cuánto ruido! Mis orejas no estaban
acostumbradas y me dolían. Los mayores nos habían contado de su existencia y de
los peligros que para nosotras podían suponer, nunca, bajo ningún concepto
debíamos ir. Pero era allí donde ¿mi instinto? me guiaba, algo me decía en
alguna parte de mi ser que ese era el lugar, que había llegado a mi destino.
Paré y descansé. Aquel lugar era enorme y muchos los peligros que me podían
acechar. Cerré los ojos e intenté concentrarme, pensar cuál era el siguiente
paso. Hacía calor, era verano y nos encontrábamos más o menos a la mitad de la
temporada y a pesar de que apenas comenzaba el día la temperatura era alta. Me
dejé estar así un buen rato, creo que incluso me dormí, sin duda estaba
cansada. Entonces tuve aquella visión, fue un instante rápido, pero pude ver la
imagen de un edificio, en concreto una terraza que tenía cerca unas vías de
tren y a su alrededor había grandes eucaliptos. Algo me llevaba allí. Algo me
esperaba en aquella casa. Y asentí, le dije a la vida que sí, que aceptaba lo
que fuera que tuviera que experimentar. No tuve tiempo a nada más, una ráfaga
potente de aire, que casi me hace caer, me llevó hasta allí.
Y aquí estoy ahora muerta de miedo. Me doy porrazos con todo, el sitio es
muy pequeño y mis alas muy grandes. Tengo la sensación de que he sido una
ingenua y que debí hacer caso a los míos, creo que he venido aquí a morir, pero
¿por qué? Aún soy muy joven. Me estaba empezando a desesperar, quería salir,
pero no sabía por dónde, estaba aturdida y mi cuerpo estaba extenuado, entonces
apareció ella, era una mujer joven, me pareció que tampoco ella podía dormir
desde hacía mucho tiempo y que estaba más asustada que yo, eso me calmó un
poco, eso y porque sentí su pena inmensa, era mucho el dolor que la poseía.
Sentí mi corazón encogerse ¡cuánto había sufrido y cuánto sufría aquella
muchacha!
Dejé de volar a trompicones y me posé sobre un mueble, necesitaba respirar,
tomar aliento; ella quieta me miraba extrañada y la vi hacer ese gesto que
alguna vez vi en otros humanos, aquellos que alguna vez paseaban por el bosque
donde yo vivía. Los había observado de lejos y los vi hacer esa mueca muchas
veces, mi abuelo me dijo que eran sonrisas y que las hacían cuando eran
felices. Eso me calmó y más aún cuando la reconocí, ¡yo conocía a esa chica! De
nuevo mi pequeño corazón comenzó a latir con mucha fuerza, pero esta vez la
sensación era maravillosa. Me sentí plena, ahora todo tenía sentido, por su
expresión supe que ella también me reconoció. El viaje había merecido la pena,
el reencuentro con ella fue el regalo más precioso que la vida nos hizo a las
dos. Ella comenzó a hacer aspavientos con los brazos y las manos, me fue
guiando para que pudiera salir de allí. Me hacía avanzar no sabía hacia dónde
pero ya no tenía miedo, tenía la certeza de haber hecho lo debido.
Con mucha delicadeza, me guio hacia un ventanal grande, la entendí
perfectamente. Me posé en el filo dispuesta a emprender el vuelo, pero antes me
volví a mirarla, ella lloraba y sonreía a la vez. Me dijo algo en su lenguaje que no entendí
pero que sí comprendí muy adentro de mí.
- ¡Lo has conseguido! Has cumplido tu sueño de volar, eres una lechuza
preciosa. Disfruta de tu libertad. ¡Adiós, mamá!
Abrí las alas, salté e inicié el vuelo de regreso a mi hogar.
Pepa González Ramírez